Faros: los colosales ángeles de la noche
11.03.2014 19:32
No se sabe bien si los faros nacieron por la necesidad de encontrar la tierra para aquellos barcos que se perdieron o por la necesidad de aquel que espera al barco que se perdió, y lanza una llamada de luz que pueda sostener su esperanza y aferrarse a ella, para que el barco amado regrese con su tripulación.
Los colosales monumentos de la esperanza
Igual que cuando alguien muere, tampoco se sabe si las oraciones son lanzadas para que encuentren la paz los que se escaparon o para que el que queda con vida pueda encontrar la suya, y enciende su llamada ante los duros ojos del destino, los elementos, o el mismo Dios.
De una forma o de otra o quizás por las dos razones, los faros han constituido desde los comienzos de su existencia, monumentos de esperanza y luz de sueños, y en torno a ellos se han gestado tantas leyendas y se ha compuesto tanta belleza que se han convertido en los colosales ángeles de la noche, guardando e iluminando con su entrañable destello de luz, el camino mágico que conduce hasta la vida.
Faros de la antigüedad
Estas colosales torres fueron creciendo en tamaño y en belleza a la par que lo hacían las ciudades. En un principio solo eran pequeños túmulos encendidos por antorchas en lugares estratégicos que fueron creciendo y se fueron adornando mientras se acercaban a ciudades que con el tiempo tuvieron una importancia mítica. El faro de Alejandría o el gigantesco Coloso de Rodas, con su antorcha en la mano, hablan de la antiguedad desde sus bellas atalayas cargadas de pasado y de leyenda.
Algunos se levantan en medio del océano o sobre rocas o acantilados completamente inaccesibles habitados por viejos lobos de mar retirados, en torno a cuyas vidas también se gestan leyendas de no menos interés.
La vida en el interior de un faro
La vida en un faro es siempre distinta e interesante, aunque mucho más dura de lo que se pueda suponer. En el pasado había individuos que vivían con sus familias, encerrados en algún remoto lugar, y pasaban allí solitarios, su tiempo, pertrechados de comida y provisiones médicas hasta que venía de regreso un barco con cargamentos nuevos o con el relevo.
La vida del farero es una filosofía en sí. Hay leyendas de tipos extraños, de compleja psicología interior. Seres que conversan con la noche y consigo mismos. Habitantes perennes de la bruma y de la humedad.
La linterna del faro
Hoy en día ya no es necesario el aislamiento. Los combustibles han ido cambiando desde la leña, el aceite y el gas, a la luz eléctrica, trayendo esta la automatización. El faro se puede ahora encender desde la distancia y no es ya necesaria la presencia del farero salvo de vez en cuando para mantener su limpieza y conservación.
La potencia también se ha acrecentado. Un físico francés, Fresnel, creó un sistema de lentes que concentra toda la luz en el centro y hace posible una mayor intensidad en el exterior. Es la admirada linterna.
La belleza de los faros
Los faros hablan de su belleza desde arriba abajo. Los hay antiguos como la torre de Hércules, en Coruña, del que se dice ser el faro en funcionamiento más viejo del mundo, y los hay decorados con formas y colores tan variados como el clima o la cultura en los que habitan. Hay faros blancos, como el de Fanad Head en Irlanda, o grises, de piedra, como el de Skerryvore, en Escocia. Los hay rayados, como el de Cabo Hatteras, en Carolina del Norte, o decorados con adornos de la época, como el hermoso faro de Cabo de Palos, en España, o la elegante Lanterna de Génova.
Desde el interior de un faro
El interior de los faros, sus muebles, su decoración, también hablan de su belleza. Subir por sus misteriosas y empinadas escaleras de caracol seduce la imaginación e incita al misterio. Desde sus estratégicas torres se contemplan los amaneceres y puestas de sol más salvajes. La seductora belleza de la mañana, desde allí es más intocable.
Desde una forma un tanto no humana se puede ver la tormenta, las nubes, el cielo, la noche, las estrellas, y por supuesto, el mar; sus cambios de luz, de carácter, sus matices de bravura o de calma, su vestido de espuma, su líquida y perpetua personalidad.
Son ojos acechantes desde donde se puede tener el privilegio único de contemplar desnuda la vida y el universo entero, siempre despiertos ante la inmensidad abismal. El verdadero testigo de los que habitan la noche y desean la tierra. Ningún otro lugar se soñó como el faro para exhibir el grito de las estrellas y traspasando la niebla y el sueño, recrear, cuando el resto de los tesoros humanos se han roto, el fascinante poder de la imaginación.
Atalayas del abismo. Privilegio de los que sueñan el mar. Antiguos testimonios de sirenas y soledad.