Venecia, la ciudad de la belleza con el alma de agua

11.03.2014 19:40

Volver a Venecia es como volver al reino perdido. Volver a la belleza. Volver a la ausencia del ruido. Volver a escuchar los sonidos de la incesante matriz de agua de donde dicen que todos venimos. Volver a Venecia es haberse quedado atrapado. Rastreando callejones de silencio se habrá inundado el alma en humedad y arte y ya no habrá salida para tanto encuentro. Si se vuelve a Venecia es porque nos habló la insinuante tentación de una llamada desde los líquidos márgenes que ligan el sueño y el pensamiento. Y la comprendimos.

 

Canales y góndolas

Dicen que para que te atrape para siempre la ciudad de los palacios con el alma de agua, en la primera visita, hay que asediarla por mar. Esto es verdad. Cuando se llega a su puerto un atardecer de verano, Venecia se asoma en esplendor por cúpulas, paredes, canales, góndolas y puentes. La luz anaranjada reverbera sobre las casas mientras un halo de sombra flota sobre las calles del fondo, gritando desde lo oscuro. Las góndolas, alineadas frente a Santa María de la Salud, se mecen como frágiles estrados acariciando su soledad reflejada. Crees que el tiempo se adormece en tus ojos. El Gran Canal fluye, luminoso y pleno, hacia su destino.

 

Belleza desde el agua

Lentamente, como en una ensoñación real, los rincones se acercan hasta ti, en vez de ir tú tras su búsqueda. Has de forzarte a elegir entre un gran abanico de luz hacia donde mirar. Puente de los Suspiros. Rialto. Cientos de peculiares enlaces, unos diminutos, otros espectaculares, entretejiendo la ciudad como el entramado de una leyenda. Atravesar Venecia bajo el cobijo de estos abrazos es como penetrar en el túnel maravilloso de una ciudad encantada.

Perfilar lentamente, flotando en el agua, los contornos de los palacios, adivinar desde abajo sus desnudas formas para, al alzar la mirada, entrar de golpe en sus seductores refugios, es una experiencia plástica exuberante. Abrir los ojos ante aquellos ventanales de color y no poder apartarlos de semejantes guardianes del arte es como una premonición deseada, dulcemente hecha realidad. Después, todo es despertar. Despertar al verdadero encuentro. Despertar a los sentidos. Despertar a ti.

Carnaval y belleza

La noche llega sin pensarlo entre sutilezas y asombros. Mira Venecia desbordar su oscuridad entre los sonidos apagados de las aguas. De La Fenice a San Marcos, tus pasos reinan como en ningún otro sitio podrían hacerlo sobre el silencio. El misterio y la sombra engalanan los canales. La luna se asoma sobre el espejo sublime del Gran Canal como si fuera la diosa de una leyenda. Entonces sabes que no quieres marcharte de allí.

Lo que aquel lugar destila tiene que ser de este mundo. Habla del dolor y de la tristeza; de la alegría y de la belleza; habla de esencia de arte y de esencia de carnaval. Habla de alma. Habla de ti.

Profundamente asumes el destino que te liga a ese encuentro y hablas bajito con ella como una oración. Entonces comprendes por qué viajamos y por qué buscamos fuera y dentro de nosotros esas leyendas deseadas y esos personajes amados; por qué creamos ciudades de ensueño y por qué, después de haber encontrado, seguimos buscando y buscando, persiguiendo en los rincones de otras tierras y en los ojos de otras gentes, un reflejo que conecte con el mundo nuestro propio corazón.

Ella te responde sumergiéndote aún más en el reino del sueño y de la belleza. Venecia te ha encontrado. Es tuya para siempre. Ya nunca puedes decirle adiós.