Miro al abismo.
Oscuridad. Silencio. Sombra.
La parte del mundo que reina
desde tinieblas desnudas y ardientes.
El dardo caliente de la noche
aumenta siete veces la pupila.
Las gatas se deshacen en quejidos.
Desde el vértice lejano de algún sueño
se escapa, insinuante,
la llama de un lamento.
Una lágrima caliente incendia una mejilla.
El abismo nos contempla desde el negro fondo.
La boca roja perfila su calor contra la nada.
Su beso es una espada de quejido insomne.
Las cosas se camuflan en las sombras,
y ocultas, difuminan sus contornos.
La verdadera esencia del latido aflora
desde el profundo lecho
donde la cobija el día.
De albor entre tinieblas la rosa se define.
Sus pétalos cercenan la piel de un laberinto.
Por el quejido blanco de su fondo escapa
el perfumado acento de luna de su nombre.
Hay todo el tiempo del mundo.
Hay toda una eternidad.
En su avance los astros crepitan como relámpagos
mientras unos labios rojos
se abren muy lentos
contra el ardiente entramado del universo.
Por ellos se escapa un gemido,
aquel jazmín herido que respiró la luna.
EN LA NOCHE INFINITA