Camino de Santiago, la metáfora de la vida
11.03.2014 19:23Recorrer el Camino de Santiago es mucho más que recorrer cerca de 800 kilómetros por un paisaje variado del norte de España y compartir lo vivido. Es mucho más que acercarse a la naturaleza y encontrándola a ella encontrarse a sí mismo. Es mucho más que, degustando platos y vinos variados, degustar amistad. Es mucho más que un encuentro con la divinidad, sea cual sea la idea personal de divinidad de cada cual.
Ser peregrino
Es mucho más que ser y sentir como un peregrino durante un breve período de vida, porque, si todo esto ya de por sí fuera mucho, que lo es, el Camino de Santiago, para todo aquel que lo vive y lo respira, es una experiencia personal espiritual que aglutina todo esto y lo acrecienta, y ya guardado en la memoria, se asoma al tiempo, creando una conexión perpetua individual con la divinidad eterna y universal.
Historia del camino
Históricamente, el Camino de Santiago nace como una necesidad política que tuvo la cristiandad para unificar personas y territorios con un mismo interés que, aunque con distintos matices, necesitaban una unidad que los identificara a todos. Frente a la gran cruzada cristiana y occidental contra los musulmanes, el encuentro del cuerpo del apóstol Santiago sirvió de señal para aglutinar en un símbolo y en un lugar, la forma de vida y filosofía con la que muchas personas de Europa querían identificarse.
Igual que Roma y Jerusalén, Compostela se convierte en una meta y un centro de peregrinaje, y se asocia la tumba del apóstol enterrado allí con el símbolo por excelencia de la cristiandad. Nace el mito político tras el cual se esconden otras simbologías filosóficas y religiosas, y una vez más nace el mito común, que como tal resurgirá y pervivirá, reinando a través de las almas y de los siglos.
Compostela, centro de peregrinaje y símbolo
Para entender estas antiguas simbologías, se tendría que rememorar la forma de pensamiento medieval. En esta época, los conceptos vitales y mentales gustaban de asociarse a símbolos, ya que se gozaba de una cultura mucho menos visual que la actual.
Las metáforas cubrían cada rincón de la existencia, incluso de aquellas más simples o primitivas. De esta forma era fácil que las personas asociasen el camino con el símbolo de la vida; el peregrino, con el que emprende un viaje hacia su propia interioridad; y caminar desprendiéndose de cargas inútiles y compartiendo el camino, era sinónimo de buscar y encontrar el verdadero sentido de la existencia y de la humanidad.
El camino francés
Aunque todos los ramales iban a encontrarse en un ramal central que es el que hoy conocemos como "camino francés" pues nacía en Francia, son múltiples los comienzos desde donde se puede iniciar. Al final, por supuesto, todos morían en Compostela, que tampoco es un territorio escogido al azar, pues era allí donde acababa el mundo occidental conocido, concretamente en las costas de Finisterre, (fin de tierra), muy cerca de la localidad donde se encontraba enterrado el apóstol.
La cristiandad entraba a España por cualquiera de estos ramales, y la meta siempre era llegar a Santiago, preocupados, más que de la llegada en sí, del propio camino y las vicisitudes que conllevaba. Si se entraba por tierra, se hacía por Roncesvalles, por el camino francés, aunque también se podía entrar por Aragón, enlazando en Puente la Reina con el camino central que conducía directamente a Santiago.
También había peregrinos que entraban por barco pisando por Santander territorio español y continuaban viaje por un camino costero paralelo al francés, que también llegaba a Santiago.
Cada vez más lejos, cada vez más cerca
Desde Roncesvalles a Santiago, esperaban pues, muchos kilómetros que, recorridos de forma continuada, introducían al peregrino en un paisaje natural cambiante que hacía del propio camino metáfora de la misma vida. El caminante veía en la lejanía los contornos de las cosas, cosas que luego iba conquistando a medida que se acercaba a ellas, y después, contempladas de otra forma en la lejanía, se convertían en conquista para los ojos asombrados y las piernas cansadas del peregrino.
Deseando, conquistando y alejándose de los pueblos y los paisajes, el alma se acrecentaba, se hacía grande, cada vez más grande, mientras el cuerpo se hacía pequeño, más pequeño cuanto más se caminaba; cada vez más diminuto, mientras el alma crecía ante la inmensidad de la extensión que le circundaba.
Metáfora de la vida
En el camino a Santiago, lo importante no es la llegada, sino el camino en sí. Lo vivido, lo sentido, lo compartido, acrecientan y enriquecen por dentro al viajero. Empezando por Roncesvalles, el paisaje verde se asemeja al comienzo de la vida. Llegando a Burgos, la aridez acompaña al caminante hasta el Bierzo, en un continuo sendero que se asemeja a la muerte. La llegada a Galicia, simbólicamente, es una auténtica resurrección.
El Camino de Santiago se convierte así, en metáfora de vida universal.