Vivir con un bóxer

11.03.2014 19:56

Bóxer en inglés significa boxeador. Y nada más apropiado para definir a esta raza canina, juguetona y saltarina, cuyo movimiento de patas, ágil y nervioso, recuerda el juego de piernas de un boxeador. Su compañía parece decirnos siempre: "ven, juega, salta conmigo, la vida no es sino fiesta y alegría, no hay tiempo para la pena ni motivo para la soledad". Si tu bóxer pudiera hablarte, sin duda alguna, te diría algo así.

Quiénes son los bóxer

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Son perros imponentes para algunos, de pelo corto, cuerpo grande y esbelto, largas patas y cabeza prominente. Su rostro, en apariencia, es fiero, impenetrable, pero quizás pocas miradas caninas sean tan tiernas y alegres como la mirada de un bóxer. Su hocico chato se envuelve en los lados con dos mofletes colgantes que le dan ese aire triste que equilibra con melancolía sus chispeantes ojos llenos de vida. Pacientes con nuestros deseos, tienen el don de saber proteger a los niños y defender con feracidad su territorio. Amigos del juego y del alboroto, saltan como felinos, y son capaces de perseguir una pelota o una piedra hasta la extenuación. Si una cosa ama un bóxer es el juego y el cariño. No hay nada más bello que ver a un bóxer saltando en el campo. No hay nada que entristezca más a un bóxer que la soledad.

 

Su raíz de guerreros.

Este perro es el resultado de muchos años de cruces entre algunas pocas razas imponentes. Sus abuelos genéticos sí fueron entrenados para la lucha y la defensa feroz, pero el bóxer es el resultado del más bello intento de "dulcificación" de unos perros que resultaron demasiado fieros. Eran guerreros natos a los que faltaba el encanto de lo tranquilo, héroes que no eran capaces de soportar su propia leyenda, depredadores feroces sin alma y sin razón. Por eso nació nuestro amigo, el bóxer.

Él conserva lo mejor de aquellos guerreros despiadados: la fuerza y la feracidad para la defensa, pero curiosamente la disfrutamos en ellos transformada en vitalidad que no aplican sino para el juego y la absoluta necesidad. Hay quien los define como unos eternos cachorros con el corazón de león, que solo utilizan su fuerza y su potencial de guerra en el caso extremo de que ellos crean que deben defender a su territorio o a su amo. El resto, todo es verlos crecer con sus enormes orejas flotando al viento mientras juegan tras una pelota, todo es acariciar sus lomos y sus barrigas mientras deshechos de gusto te devuelven en agradecimiento la mirada más seductora.

Todo es verlos gruñir pavoneando su porte de caballeros caninos y marcarse el territorio, macho contra macho, en un juego de defensa tan antiguo como el mundo. Todo es disfrutar de unas hembras amantísimas lamiendo a sus cachorritos, ver crecer en sus pechos esos colores blancos, entretejidos con sus oscuros lomos o sus pieles brillantes color canela o atigradas. Todo es saber que en nuestra vida se nos coló un magnífico compañero que tiene muchas cosas que enseñarnos. La primera, regalarnos esa mirada de miel que nos habla de su lealtad o esos hocicos que nos buscan permanentemente y cuyo único deseo en el mundo es estar con nosotros.

Saber entenderles.

Dicen que los bóxer son los mejores guardianes de niños. Quizás ningún perro se parezca tanto a ellos. Sus elegantes formas y su bello rostro se camuflan en desgarbados pasos, nerviosos y danzarines, que nos recuerdan continuamente que solo quieren jugar. Como los niños, no buscan destrezas ni complicaciones, como los niños, lo único que buscan es el sol, la compañía, el día entero por delante, cazar y perseguir, buscar y encontrar, y la dosis más grande que se pueda pedir de cariño. Nada menos. Y nada más.

En esta complicidad, en este intercambio de olores, miradas, y claro que sí, pensamientos, el ser humano y la especie canina dan y reciben por igual. Cuando el hombre quiere al perro y el perro al hombre, brota una magia que ya nada ni nadie pueden cerrar. Quien tenga ahora mismo un bóxer que reafirme si sus cálidos ojos de miel no se le quedan prendidos en la retina, también, durante mucho tiempo después de la despedida diaria. Como los niños, cuando nos dejan descuidadamente su puño cerrado en nuestra mano abierta para que siempre volvamos. Igual que un héroe guerrero que nos incita a la amistad. Igual que un confiado cachorro de león en nuestra rutina.

 

 

 

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